Ya no se discute el modus operandi de una resolución desde
arriba de esta crisis. Está más o menos claro para la mayor parte de los
analistas competentes que los países que adolecen de abultados déficits
fiscales y exteriores no tienen otra opción que encauzar sus finanzas públicas,
lo que al mismo tiempo permitirá a Alemania acoger de buen tono una mayor
integración fiscal, bancaria y política, que sería la siguiente etapa para la
salvación del proyecto europeo.
Ahora bien, más allá de decepciones y retrasos, ¿cómo negar que
Irlanda, Portugal e incluso Grecia, y por supuesto Italia y España están
haciendo grandes esfuerzos para recuperar el equilibrio? Entonces, ¿dónde está
el escollo? Fundamentalmente en el alcance de la misión. La ineficacia de las
inyecciones de liquidez del BCE para reactivar la economía real demuestra
claramente el atolladero en el que se encuentra la financiación bancaria en la
zona del euro. El crédito al sector privado ha empezado a contraerse, sumándose
a las presiones deflacionistas de una economía global ralentizada. Esta
tendencia complica considerablemente el ejercicio de desendeudamiento de los
estados, que no logran convencer a los mercados de que la trayectoria de su
deuda pública podría cambiar seriamente en este contexto.
Sin embargo, es obvio que la fuerza de choque del Mecanismo
Europeo de Estabilidad —tal como está previsto actualmente, es decir, sin
«licencia bancaria»— no es suficiente para contrarrestar estas presiones
deflacionistas. Los países de la Unión Europea están indefensos ante ello. Tan
solo el Banco Central Europeo podría, a día de hoy, intervenir de forma
convincente y detener esta espiral deflacionista. Cuando la presión sea lo
suficientemente intensa.
Didier Saint-Georges, Miembro del Comité de Inversión de Carmignac Gestion
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