PERSPECTIVAS: Finanzas conductuales

Documento de Fidelity sobre cómo invertir contra la corriente o cómo superar el deseo humano de seguir al rebaño

External Writer 21/06/2012
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La necesidad de actuar como lo hacen los demás es una poderosa fuerza en nuestro proceso de toma de decisiones, aunque la mayoría de nosotros apenas somos conscientes de ello. Ajustarse al grupo o a las normas sociales es un elemento esencial de lo que significa ser humano y constituye un instinto primitivo muy arraigado en nuestro cerebro, que nos impulsa a permanecer en la seguridad del rebaño. Y dado que existe sensación de confort dentro del rebaño, a menudo cometemos la equivocación de racionalizar nuestro comportamiento gregario. Los experimentos demuestran que realmente nos sentimos mejor cuando estamos dentro del rebaño que cuando estamos solos y expuestos. Sin embargo, en el mundo de la inversión hacer lo mismo que los demás conlleva peligros, porque seguir al rebaño en los mer

cados puede elevar el valor de algunos sectores o acciones hasta niveles extremos y provocar burbujas que invariablemente terminan mal.

El impulso de hacer lo mismo que el resto es increíblemente fuerte. Para demostrar esta idea, el pionero de la psicología Solomon Asch llevó a cabo en la década de 1950 varios experimentos reveladores sobre la conformidad social que todavía hoy son objeto de un amplio debate. Sus experimentos demostraron que las personas están dispuestas a cometer errores cognitivos básicos con tal de seguir a la manada. Asch dispuso a los participantes en grupos en los que el resto de integrantes (los "cómplices") actuaban en connivencia en el experimento. La tarea era cotejar la longitud de una línea vertical (gráfico, a la izquierda) con tres líneas de comparación (gráfico, a la derecha) y decir cuál tenía un largo igual al original. A los verdaderos participantes se les preguntaba en último lugar dentro del grupo. Tras varias rondas en las que los cómplices respondían correctamente, comenzaron a responder incorrectamente de forma deliberada para poner presión grupal sobre el sujeto. En total, alrededor de un tercio de los sujetos a los que se expuso a esta situación aceptaron lo que decía la mayoría equivocada. Sorprendentemente, un 75% de los verdaderos participantes aceptaron la respuesta incorrecta al menos una vez.



Afortunadamente, Asch no sólo descubrió que muchas personas caen en la conformidad social fácilmente; también puso de relieve que hace falta poco para sacar a la gente de ella. En experimentos posteriores, Asch introdujo en el grupo un rebelde racional que iba contra la masa cuando ésta se equivocaba. Lo que se vio es que una sola persona que estaba en lo cierto y que contradecía al grupo hacía que el participante real tuviera ganas de expresar lo que pensaba realmente y adoptara una postura opuesta.

Este descubrimiento es importante para cualquier grupo que toma decisiones y es la razón por la cual algunos máximos ejecutivos dan su opinión en último lugar. Si no lo hicieran y expresaran su opinión desde el primer momento, habría un peligro real de que todo el mundo simplemente estuviera de acuerdo. La ventaja de hablar primero tiene mucha influencia porque las primeras impresiones cuentan de verdad. Pensemos en estas dos personas:

Juan: inteligente, diligente, impulsivo, crítico, obstinado, envidioso
Pedro: envidioso, obstinado, crítico, impulsivo, diligente, inteligente

Probablemente la opinión sobre Juan sea más favorable, porque los rasgos positivos iniciales afectan a la forma en que se ven los rasgos mencionados al final. Su impulsividad se compensa con creces con su inteligencia. Para Pedro, lo que ocurre es lo contrario: es envidioso y obstinado y su inteligencia sólo le hace más peligroso. He aquí el "efecto halo", que provoca que nuestras impresiones sobre las personas y las cosas estén muy influenciadas por nuestra sensación inicial o general sobre ellas. En las inversiones también se puede dar un efecto halo: si se comportaron bien durante un tiempo cuando las compramos por primera vez, nos inclinamos a verlas favorablemente a pesar de que las condiciones pueden haber cambiado y tal vez nos iría mejor con una alternativa.

Solomon Asch demostró que jugar a ser el abogado del diablo tiene una base psicológica real. A la hora de poner su dinero a trabajar, los inversores deberían dedicar tiempo a analizar sus decisiones y a valorar la opinión contraria a la suya, especialmente si se dan cuenta de que están actuando de una forma que es común a muchos otros inversores. Este intento consciente y deliberado de adoptar una postura contraria e ir contra la masa puede ser muy eficaz en el mundo de la inversión.

Aunque en las fases alcistas del mercado la masa acierta a menudo, existen numerosos ejemplos en los que el rebaño sale mal parado cuando el mercado cambia de signo. La apuesta generalizada por los valores tecnológicos a finales de la década de 1990 es un ejemplo clásico de comportamiento gregario. Cuanto más extremas eran las valoraciones, con más ahínco intentaba la masa hacer que las líneas verticales diferentes parecieran de la misma altura. El mercado estaba cometiendo un error cognitivo colectivo en su valoración excesivamente optimista de las perspectivas de las empresas puntocom, muchas de las cuales no habían conseguido apenas nada. Los cínicos se pusieron a remar contracorriente y volvieron a examinar el valor de estas acciones usando parámetros fundamentales contrastados basados en los beneficios reales y dando de lado una retahíla de nuevas e imaginativas medidas de valoración, como "ojos por página". Huelga decir que adoptar una perspectiva contraria resultó un tremendo éxito.

Identificar burbujas es sencillo a posteriori, pero no lo es tanto cuando las emociones de los inversores están en su momento álgido. El economista histórico Charles Kindleberger identificó oportunamente cinco fases diferenciadas en una burbuja. La fase 1 es la sustitución: cuando se introduce una nueva tecnología (como el ferrocarril o Internet) o se afianza una nueva dinámica de crecimiento. En estos momentos es cuando suele entrar en escena el llamado "smart money" o dinero inteligente. Las fase 2 es el despegue: cuando cala una serie de argumentos persuasivos (p. ej. "Internet cambiará todo"). Esta fase a menudo se acompaña de un amplio acceso a crédito barato. La fase 3 es la euforia: cuando el despegue llega demasiado lejos y arrastra a nuevos inversores atraídos por la posibilidad de conseguir ganancias fáciles, pero a menudo con una escasa comprensión de los riesgos. La lógica que sustentó el despegue ya ha quedado sobrepasada. La fase 4 es la crisis: cuando los que manejan información de primera mano empiezan a vender y los precios caen bruscamente. La fase 5 es el rechazo: cuando los inversores capitulan y las caídas suelen volverse aún más acusadas. Esta fase a menudo se acompaña de reacciones políticas y sugerencias de reformas normativas, como las que hemos visto después de la crisis crediticia.

Existen varias medidas prácticas que los inversores pueden considerar para reducir su exposición a las burbujas bursátiles. Por ejemplo, existen pruebas convincentes de que los índices de capitalización bursátil suelen amplificar el pensamiento del rebaño. Esto se debe a que están basados en los precios y eso provoca que sistemáticamente otorguen más peso a acciones glamourosas sobrevaloradas. Los sectores "calientes" incrementan su peso en el índice conforme van subiendo y eso hace que los cambios de signo que sobrevienen en esos sectores sean más dolorosos. Por ejemplo, en 1996 el sector de TI representaba alrededor del 10% de la capitalización total del índice S&P500. En 2000, se había triplicado hasta un increíble 33%, haciendo que una inversión en el S&P500 estuviera bastante concentrada en el sector tecnológico de EE.UU. La corrección posterior hizo que este porcentaje se redujera hasta el 14% a mediados de 2002.

Invertir activa y estratégicamente es fundamental para impedir estas concentraciones cuando los riesgos empiezan a pesar más que las recompensas. Sin embargo, la cuestión de los índices de capitalización bursátil también plantea algunas preguntas sobre el valor de los índices de referencia. Por este motivo, muchos proveedores de fondos e inversores también están pasándose a los fondos sin restricciones, que se gestionan sin estar referenciados a un índice.

Los fondos sin restricciones pueden ofrecer un enfoque genuinamente diferente a los inversores. Liberar al gestor del corsé que supone el índice de referencia elimina los obstáculos para que invierta en sus "mejores ideas", partiendo de una valoración absoluta de los riesgos y las recompensas potenciales. Un enfoque sin restricciones puede entenderse como un intento deliberado de apartarse de la manada que sigue al índice. Como dijo Sir Jon Templeton, uno de los inversores más importantes del siglo XX: "Es imposible generar rentabilidades superiores a menos que hagas algo diferente a la mayoría".

Asch, S. 1958. "Effects of group pressure on the modification and distortion".

Fidelity Worldwide Investment

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