Ser gestor de fondos de inversión no es una profesión cualquiera; y no lo digo porque están sometidos al estrés permanente de los vaivenes de los mercados (cada profesión tiene su dosis de tensión) o porque tienen la responsabilidad de gestionar el dinero de terceros (en este sentido la responsabilidad de un cirujano o de un conductor de autobús es casi mayor). Lo digo porque, en teoría, el gestor de fondos de inversión no puede permitirse el lujo de ser de mediana calidad. Un abogado, un médico, un albañil, etc puede perfectamente cumplir de manera honorable su función sin estar necesariamente en la elite de su profesión. Esto no ocurre, o mejor dicho, no debería ocurrir con los gestores de fondos, por lo menos con aquellos que dicen que realizan una gestión activa. ¿Por qué? Porque un bu
en gestor no sólo debería superar a largo plazo a la media de su categoría sino que también debería hacerlo mejor que cualquier producto de gestión pasiva (más barato, por otra parte) contra el que puede compararse. Es una incongruencia estar dispuesto a pagar más para obtener menos.
Esta situación no se da con mucha frecuencia en el mundo real. Y cuando se da, ocurre por tres motivos. Primero puede ocurrir por imposibilidad por parte del comprador de percatarse de la existencia de un vicio oculto. Esto trasladado al mundo de la gestión de fondos de inversión significa que no es fácil saber a priori cuales son los gestores de fondos de inversión que van a aportar valor a sus partícipes. Sin embargo hay fondos con un número importante de partícipes (no voy a dar nombres para no despertar ninguna alarma social) que en estos últimos cinco años, por ejemplo, se han colocado sistemáticamente, año tras año, en las últimas posiciones. Debe haber un buen motivo para que un producto tenga consistentemente resultados deficientes. No es cuestión de mala suerte.
Un segundo motivo por el cual no se está produciendo una selección natural en el mundo de los fondos de inversión (que llevaría a la desaparición de aquellos productos que cobran más pero que, al final, ofrecen menos) es porque el cliente (en este caso, el inversor) no hace el esfuerzo de “buscar, comparar y llevarse lo mejor”. En el caso del fondo que comentaba anteriormente un simple análisis comparativo de rentabilidades y comisiones hubiera evitado a los más de 30.000 partícipes invertir en un producto deficiente y obtener una rentabilidad por debajo de la media. La culpa, por supuesto, no recae únicamente en el lado del inversor. Todos los actores que tienen algo que ver con la industria de fondos deberían tener interés en mejorar la cultura financiera de los partícipes.
Eso me lleva al tercer motivo: la existencia de una clara asimetría en la información que comparte el vendedor (el distribuidor de fondos de inversión) con el comprador (el inversor). En muchos casos no existe una alineación de intereses entre ambas partes. Todo ello explica que en los últimos diez años, por ejemplo, tan sólo el 60% de los fondos de acciones españolas haya conseguido batir al IBEX 35… porcentaje que baja hasta el 20% si utilizamos como referencia un índice con dividendos incluidos (pero eso da para otro comentario).
Artículo publicado en Negocio
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