La teoría de la construcción de carteras dice que uno debe invertir en activos que estén más o menos descorrelacionados entre sí (es decir, que uno suba mientras el otro baje) para conseguir un buen equilibrio entre riesgo y rentabilidad. Tradicionalmente, la renta (especialmente la deuda pública) fija ha sido un elemento fundamental en las carteras para lograr esa diversificación. En lo que llevamos de 2020, ha cumplido perfectamente esa función. Un índice de renta fija de deuda pública a medio-largo plazo de la Eurozona ha podido conseguir más de un 4% de rentabilidad desde principio de año. Una rentabilidad nada despreciable. Bien es verdad que, si miramos la media de la categoría de fondos de renta fija pública de la Zona Euro, la rentabilidad en ese mismo periodo se queda en el 2,8%... que no está nada mal.
Lo interesante es que, durante la crisis del coronavirus en las bolsas, cuando el índice MSCI World caía un 30% en euros, el índice de renta fija contenía las caídas en torno a un 2%, por lo que podemos decir que éste ha cumplido su función de protección.
Pero, el pasado pasado está y lo que hay que mirar ahora es el futuro y preguntarnos qué hacer con la parte de renta fija de nuestra cartera. Porque hay un dato que conviene enfatizar. Los tipos de interés a largo plazo en Estados Unidos han empezado a repuntar, probablemente anticipando una especie de vuelta a la normalidad y de recuperación económica (un movimiento exacerbado por los avances que hemos conocido estos últimos días en cuanto a los avances de una vacuna contra el coronavirus).
No digo que estemos ante un cambio de tendencia en cuanto a los tipos de interés. Lo más probable es que sigan manteniéndose en niveles bajos durante bastante tiempo. Pero hay que reconocer que, con los tipos de interés en niveles, en muchos casos, negativos, el potencial de caída adicionales es limitado. Eso significa que las rentabilidades a medio y largo plazo de los fondos de renta fija serán muy bajas e, incluso, existe la posibilidad que sufran pérdidas en esos plazos.
¿Qué podemos hacer? Depende mucho del nivel de riesgo que uno está dispuesto a mantener en su cartera. Para los más agresivos, la respuesta es clara en mi opinión: hay más potencial de rentabilidad a largo plazo en la renta variable que en la renta fija (aunque habrá volatilidad en el camino) y por lo tanto es un activo que conviene sobreponderar.
Los inversores más conservadores lo tienen más complicado. No les queda más remedio que asumir algo más de riesgo con sus carteras (es decir, aumentar el peso de la renta variable) si no quieren encontrarse con rentabilidades francamente bajas en el futuro… y eso, es también un riesgo que tienen que valorar.