Este artículo ha sido publicado originalmente en el número de abril de la revista Revue Banque.
El peor enemigo del inversor es él mismo. Esta realidad, destacada por Benjamin Graham en la década los años 30, vuelve a ocupar el primer plano cada vez que los mercados financieros sufren una acudida.
Tomar algo de distancia
El comienzo de este año no fue una excepción a esta regla y debería animar a los inversores a ver las cosas con algo que perspectiva. El actual ciclo financiero celebra su décimo aniversario, el crecimiento económico es compartido por muchos países, los índices de confianza están en niveles altos, las empresas están empezando a invertir y a contratar de nuevo - todo parece favorecer la continuación de una tendencia al alza en los mercados.
Sin querer ser pájaro de mal agüero, esta calma nos deja algo perplejos. La inyección masiva de liquidez en los mercados ha permitido a los bancos centrales evitar la tan temida estanflación en el 2015. Se trata de un logro notable, aunque no exento de efectos secundarios, ya que también ha dado lugar a una inflación de precios sin precedentes en muchas clases de activos. Ausente desde hace muchos años, la inflación, todavía tímida en Europa, pero muy real en Estados Unidos, obliga ahora a la Reserva Federal americana y a su homóloga europea a invertir la tendencia retirando progresivamente la liquidez de los mercados financieros y subiendo los tipos de interés.
Después de muy buenos años para las bolsas, las perspectivas de rentabilidad son débiles y el contexto del mercado se está volviendo más complejo para los inversores.
¿Conseguirán los bancos centrales retirarse sin problemas de los mercados de bonos, superará Donald Trump sus tentaciones proteccionistas y calmará Europa sus impulsos nacionalistas? Se trata de cuestiones cuyo resultado podría afectar potencialmente a la rentabilidad de muchos inversores.
Controlar las emociones
Sabemos que, en un contexto ambiguo y complejo, cada uno de nosotros tiende a dejar que las emociones nos dominen en lugar de actuar de manera cartesiana. Lo mismo se aplica a los mercados. Para preservar su capital, es esencial evitar ciertas trampas ya que pueden ser costosas, especialmente cuando los mercados se vuelven más turbulentos.
Tras varios años de calma bursátil orquestada por los bancos centrales, muchos inversores han olvidado sin duda que la volatilidad suele ser parte integrante del acto de invertir.
Como vimos a principios de año, una caída repentina e inesperada de los mercados provocó el pánico de muchos inversores y les obligó a vender sus activos estando sujetos a lo que se conoce en psicología como un sesgo de experiencia reciente.
Anticipan una pérdida irrecuperable de su capital financiero al transformar la corrección en un período de caída ininterrumpida. En lugar de controlar sus emociones, venden en el mínimo del mercado, sin esperar a que rebote, autocumpliéndose de esa forma su profecía.
Una forma sencilla de evitar este tipo de comportamiento es tomar conciencia de esos sesgos, recuperar el control de nuestras emociones y mantenernos centrados en nuestros objetivos de inversión a largo plazo.
Esto es más fácil decirlo que hacerlo, por lo que una alternativa es forzarnos a retrasar la toma de decisiones, introduciendo un período de latencia obligatorio de varios días para evitar reaccionar en caliente.
Otra técnica es simplemente recordar - incluso mejor releer - sus objetivos de inversión:, con qué propósito estamos ahorrando, cuál es el horizonte temporal para alcanzar este objetivo financiero y cuál es el plan para lograrlo (invertir a un precio razonable en acciones con fundamentales sólidos y mantenerlos en cartera a largo plazo).
Por otro lado, algunas personas se sienten demasiado confiadas y tienen la ilusión de que dominan la situación. Recordemos a Chuck Prince, entonces director general de Citigroup, que en julio de 2007, en vísperas de la implosión de la crisis de las hipotecas sub-prime, recomendó que continuáramos bailando mientras hubiera música, porque la liquidez en los mercados seguiría siendo suficiente.
¿No es precisamente esta la actitud de quienes, conscientes de la actual sobrevaloración de las acciones americanas, recomiendan permanecer totalmente invertidos para no perderse los últimos porcentajes de subida, con el pretexto de que el banco central desempeñará el papel de válvula de seguridad?
Al hacerlo, invierten con una relación entre ganancia esperada y pérdida potencial que es extremadamente desfavorable, siendo el grado de pérdida de capital bastante considerable, como se ilustra en el cuadro siguiente.
Clasificamos las acciones de varias áreas geográficas en quintiles según su coste, medido por su ratio CAPE (precio dividido por la media móvil de los beneficios por acción publicados a lo largo de 10 años) y comparamos los niveles medios de pérdida máxima de capital a lo largo de un período de 5 años para cada uno de los quintiles. No es de extrañar que, independientemente de la clase de activos, exista una relación inversa entre el coste de una clase de activos y la pérdida de capital subsiguiente.
Ralentizar el tiempo
Esta ilusión de invulnerabilidad suele ir acompañada de un trastorno de hiperactividad. Este sesgo está aún más demostrado hoy que en el pasado: los medios tecnológicos actuales nos permiten controlar el rendimiento de nuestras inversiones en tiempo real y aplicar nuestras decisiones de gestión en plazos cada vez más cortos.
En la década de los 60, el tiempo promedio de mantenimiento de un valor en una cartera era de unos 6 años, hoy en día está muy por debajo de los seis meses. Todos estamos condicionados a actuar: nos halaga o nos tranquiliza, y esto es aún más cierto en tiempos de recesión en los mercados, cuando nos enfrentamos a una rentabilidad deficiente para nuestras inversiones. Estos sesgos llevan a algunos asesores a tomar más decisiones de gestión para justificar su remuneración.
Esto también se aplica cuando los inversores compran y venden fondos. En el gráfico siguiente hemos medido la rentabilidad media de un fondo en comparación con la del inversor, que tiene en cuenta las suscripciones y reembolsos.
A lo largo de 10 años hasta finales de 2016, el rendimiento anualizado para los inversores en fondos diversificados se situaba en torno al 4,4%, frente a un rendimiento del 5,2% para los fondos de la categoría. En otras palabras, el coste mínimo asociado a las decisiones de entrada y salida ha sido de alrededor del 7,6% en 10 años, más los posibles gastos de entrada y salida, las comisiones y otros costes que cargan los intermediarios financieros.
En estas condiciones, es más importante adoptar un horizonte de inversión a largo plazo y respetar su política de inversión.
Por otra parte, si se le dijera que una vez seleccionado ya no tiene la oportunidad de desprenderse de su inversión, anclaría sus decisiones en lo que realmente determina el valor intrínseco de un activo, es decir, sus fundamentales, y no compraría nada a un precio superior a ese mismo valor.
La parálisis o la paradoja de elección
En un ambiente complejo e incierto, a menudo nos sentimos paralizados, prefiriendo delegar la decisión a otros. Esto puede llevarnos a conformarnos con el pensamiento dominante. Por ejemplo, imaginemos que "el mercado" sabe algo que no sabemos y luego adopta un comportamiento de oveja en lugar de actuar de forma independiente. Una vez más, tener una idea clara del valor intrínseco de un activo puede servir como punto de referencia para determinar si el mercado está bien o mal.
Por lo tanto, en el entorno actual, es esencial integrar el análisis del sesgo de comportamiento en su filosofía de inversión y en su enfoque de la gestión de carteras.
Siempre debe tener en cuenta sus objetivos y su horizonte de inversión, construir un proceso de gestión sólido que evite o limite los sesgos de comportamiento a los que está sometido, y tener siempre el valor de seguir el plan definido resistiendo la tentación de seguir a la multitud.
"No tienes que ser ingeniero aeroespacial. La gestión de activos no es un área donde alguien con un cociente intelectual de 160 lo hará mejor que alguien con un cociente de 130. Ser racional es esencial", señala con razón Warren Buffett.
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