Uno de los conceptos básicos en materia de finanzas personales en el que insisten todos los especialistas de la inversión y los propios asesores financieros es la necesidad de tener una cartera diversificada entre varios tipos de activos. Sobre el papel es una recomendación fácil de aceptar, pero en la práctica es bastante más difícil de aplicar. Por varios motivos. Primero porque psicológicamente va en contra de lo que uno desea. La idea de la diversificación es, en efecto, poseer activos que tengan comportamientos dispares en distintos escenarios de mercado. Si un activo baja, hay otro que sube.
Pero eso supone renunciar a una parte del rendimiento de la cartera. Lo que uno desea, en realidad, es poseer clases de activos que suban en conjunto en caso de que el mercado experimente una tendencia alcista. De ahí la tendencia de los inversores a incluir en sus carteras los fondos más calientes del momento. Al final el inversor se encontrará con un número tan grande y diverso de fondos que la diversificación no podrá jugar su papel en caso de que el mercado se dé la vuelta (y sabemos que en periodos de caídas las correlaciones entre fondos de un mismo tipo aumentan).
Es importante, por lo tanto, recordar que el efecto positivo de la diversificación no se nota sobre la rentabilidad de la cartera sino sobre su riesgo. También hay que recordar que para que la diversificación cumpla su propósito (de reducir el riesgo de la cartera) debe necesariamente implicar tipos de activos diferentes (renta variable, renta fija, divisas, materias primas, etc). Muchas veces los inversores confunden la cantidad con la calidad. Diversificar no se trata de incluir cuantos más fondos de un mismo tipo de activo mejor. No tendría ningún efecto (o muy poco).
También es necesario prestar atención a las correlaciones que existen entre los distintos tipos de fondos, aunque pertenezcan a clases de activos muy distintas. Por ejemplo, es sabido que la renta fija high yield tiene un comportamiento más próximo a la renta variable que a la renta fija tradicional. En definitiva, todo esto hace que los inversores estén en general sobre-diversificados, y más aún cuando uno mezcla en su portafolio distintos instrumentos de inversión (acciones y bonos directos, fondos, ETFs, etc).
Esa sobre-diversificación supone evidentemente un riesgo en sí, un riesgo similar o mayor que el de estar infra-diversificado. La solución es, como en muchas cosas de la vida, apostar por lo sencillo: tener una cartera simple, con pocos activos, pero distintos (es decir, con baja correlación) y de los que uno pueda entender perfectamente sus movimientos. Si uno entiende cómo se mueven cada uno de los constituyentes de la cartera en distintos entornos de mercado, entonces entenderá cómo se comporta su cartera en conjunto.