En los artículos anteriores examinamos la importancia del cuestionario de riesgo para definir el perfil de riesgo y el horizonte temporal del inversor (pinche aquí para leer el artículo), así como la necesidad de plantear el objetivo de inversión en términos monetarios para comprobar si el inversor tiene posibilidades de alcanzarlo en función de la cartera ofrecida por el asesor (pinche aquí para leer el artículo).
En el siguiente paso, lo que suele hacer el asesor es proponer al cliente una determinada distribución de activos, generalmente dividida entre renta variable, renta fija y liquidez (para no complicarlo en exceso), y comprobar si esa distribución de activos se aleja mucho de la cartera actual del inversor. Un caso más simple es cuando el asesor construye una cartera desde cero, pero es menos frecuente. También podría darse la circunstancia de que el asesor decidiera cambiar por completo la cartera actual del cliente, pero lo habitual es que haga un chequeo de lo que tiene el cliente en cartera antes de someterle su propuesta.
Este ejercicio que, sobre el papel, parece fácil, no lo es en la mayoría de los casos. Son, en efecto, muy pocos los casos en los que el inversor tiene pocos fondos en cartera, cada uno con una distribución de cartera bien definida. Por ejemplo, supongamos que el asesor financiero propone a su cliente una cartera 50% acciones y 50% renta fija (más adelante veremos la problemática de la selección de fondos) y éste tiene una cartera de 60.000 euros en fondos repartidos de la siguiente manera: 20.000 euros en un fondo de renta variable euro, 20.000 en un fondo de renta variable estadounidense y 20.000 euros en un fondo de renta fija de la Zona Euro.
La imagen de la cartera del inversor sería la siguiente:
Evidentemente hay una diferencia entre la propuesta emitida por el asesor y la cartera actual del cliente, diferencia que tendrá que corregir. Pero en lo que quería insistir es en la dificultad que supone muchas veces tener una imagen clara de lo que el cliente tiene en cartera. El ejemplo de arriba es sencillo. Pero la realidad es mucho más compleja. Los inversores suelen tener bastante más de tres fondos en cartera, de categorías más difícil de analizar en cuanto a la distribución de activos y, además, mezclando distintos tipos de productos (fondos, ETFs, acciones, bonos, etc).
Por ejemplo, no es fácil a partir de la siguiente cartera inferir cómo está distribuida a nivel de grandes clases de activos.
Tener una imagen clara de lo que el cliente tiene en cartera es, desde luego, un paso clave antes de presentarle una propuesta concreta.
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