Si hay un consenso generalizado entre los analistas y estudiosos de los mercados es que la renta fija (me refiero a los bonos de deuda pública y corporativa de alta calidad… que tradicionalmente han sido considerados como activos refugio) prácticamente no tiene recorrido y hasta sería una inversión arriesgada para inversores conservadores. Suscribo en parte esta visión. Hay poco que “rascar” en este tipo de activo, aunque también conviene decir que estos expertos opinaban lo mismo a principio de año y, sin embargo, de enero a septiembre categorías de fondos como los que invierten en deuda pública de la Zona Euro o en bonos corporativos de alta calidad en euros han acumulado ganancias cercanas al 5%. No está nada mal considerando que los tipos de interés están en niveles prácticamente nulos.
Dicho esto, veo sumamente difícil repetir esas rentabilidades de cara al futuro. Pero tampoco creo que estemos al borde del apocalipsis para los que mantienen fondos de renta fija en cartera. Deberían esperar rentabilidades en el entorno del 1% o incluso por debajo. Es, lo admito, una rentabilidad esperada decepcionante que apenas ayuda a hacer crecer el capital. Además, existe el riesgo de pérdidas relativamente importantes si de repente los tipos de interés se ponen a subir (digo de inmediato que ese es un escenario poco probable, pero en materia de inversiones, no se puede descartar nada).
El problema que tenemos sobre la mesa es: ¿qué le proponemos, entonces, a aquellos inversores que tienen un perfil de riesgo marcadamente conservador y que constituyen el grueso de los partícipes en fondos? ¿Qué abandonen por completo sus fondos de renta fija? No, pero que reduzcan su peso en beneficio de las acciones y de la liquidez. Abordaré en otro momento el por qué creo que es conveniente aumentar los niveles de liquidez de una cartera en un entorno como el actual.
En cuanto a convencer a un inversor conservador de que incorpore un pequeño porcentaje de su cartera en renta variable, el argumento no sólo tiene que ver con el principio (que no siempre se cumple en la práctica) de que si uno quiere una mayor rentabilidad debe necesariamente asumir más riesgo; el argumento se basa sobre todo en que alargando el plazo de inversión uno consigue reducir el riesgo de un activo, como las acciones, muy volátil. El secreto está en el plazo. Y esto muchos inversores, aunque lo entienden, no lo aplican. El inversor conservador, al igual que el moderado o el agresivo, está tan preocupado de la rentabilidad que está obteniendo a corto plazo que no ve los beneficios potenciales de mantener su inversión a largo plazo. Ese comportamiento es el que explica, sin duda, que los inversores españoles hayan retirado cerca de 3.000 millones de euros de fondos mixtos conservadores en el primer semestre de este año tras las malas rentabilidades de finales de 2015 e inicio de 2016.
Es por lo tanto imperativo explicar al inversor, ya sea conservador, moderado o agresivo, la relación que existe entre el riesgo (entiendo por riesgo, el riesgo de pérdida de capital) y el plazo: a mayor plazo, menor riesgo. La mejor ilustración es la siguiente. Si calculamos, para el mercado español, todas las rentabilidades posibles a 20 años desde el año 1972 hasta ahora (tomando en cuenta datos mensuales, son casi 300 observaciones) nunca (repito, NUNCA) se ha dado una rentabilidad negativa. Es cierto que en algunas ocasiones esa rentabilidad ha estado por debajo del 1%, pero la media se ha situado cerca del 10% anual…y eso que en ese periodo se han sucedido crisis económicas y financieras.
Artículo publicado originalmente en El Independiente