Hoy en día, hay dos aspectos en los que coinciden todos los analistas de mercado, asesores financieros y gestoras de fondos: primero, que este año la renta fija (al margen de que pueda haber alguna oportunidad puntual en deuda periférica europea o en deuda emergente) dará una rentabilidad bastante escasa; segundo, que si uno quiere obtener una rentabilidad decente para su cartera de fondos deberá asumir más riesgo, es decir deberá incrementar el peso de la renta variable en esa cartera.
Si uno se mantiene dentro de su perfil de riesgo, en principio aumentar el peso de las acciones es hasta recomendable de cara a la rentabilidad a largo plazo.
Esto último es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Entiendo que para un inversor que ha tenido hasta ahora una cartera con un riesgo bajo o moderado (con un peso en acciones de entre el 10% y el 50%, digamos), aumentar el peso de la renta variable no supone un trauma insuperable porque ya sabe lo que significa que la renta variable es un activo más volátil que la renta fija y que, en determinados momentos, puede sufrir pérdidas puntuales, en algunos casos, importantes.
Si uno se mantiene dentro de su perfil de riesgo, en principio aumentar el peso de las acciones es hasta recomendable de cara a la rentabilidad a largo plazo (eso supone, evidentemente, que uno tiene un horizonte de inversión de largo plazo). Quiero decir con ello que si uno aumenta el peso en acciones del 10% al 20% seguirá dentro de lo que podríamos llamar un perfil de riesgo conservador o que si lo sube del 40% al 50%, el perfil seguirá siendo moderado.
El problema surge cuando uno quiere saltarse varios escalones de golpe: pasar, por ejemplo, de un perfil muy conservador (con una cartera compuesta por depósitos bancarios) a un perfil agresivo en cuanto a la exposición a renta variable (o a categorías de renta fija que presentan un riesgo alto, como el higy hield). Personalmente pienso que los cambios en el perfil de riesgo (entendiendo de defensivo a agresivo; hay menos problemas en los cambios en el otro sentido) deben realizarse de forma gradual. Un inversor averso al riesgo no debería pasar de una cartera 100% renta fija a una cartera 100% en renta variable, por muy buenas que sean las expectativas de rentabilidad de este último tipo de activo.
El problema surge cuando uno quiere saltarse varios escalones de golpe: pasar, por ejemplo, de un perfil muy conservador.
¿Pero cómo aumentar el perfil de riesgo en la práctica? Hay estudios que muestran que la mejor forma de aprovechar la tendencia alcista a largo plazo de los mercados es invertir cuanto antes, sin preocuparse de los altibajos que pueden surgir en el camino. Es la estrategia que adoptaría en mercados que hayan sufrido fuertes recortes (de más del 20%). Pero, en mercados que ya han experimentado una subida importante (como el americano, por ejemplo) lo más sensato es realizar aportaciones periódicas, cada mes o cada trimestre, para reducir el riesgo global de la cartera. Si los mercados siguen subiendo, la rentabilidad obviamente no será tan alta como la que se conseguiría invirtiendo todo el dinero de golpe.
En mercados que ya han experimentado una subida importante lo más sensato es realizar aportaciones periódicas.
Pero, ¿Y si los mercados recortan? En este caso, es cuando la estrategia de aportaciones periódicas cobra todo el sentido del mundo y hasta reconforta psicológicamente al inversor porque le permite comprar participaciones a precios cada vez más bajos.