Hace unas semanas la prensa financiera se hizo eco de un estudio elaborado por varios profesores del IESE que mostraba que en la década 2001-2011 la rentabilidad de los bonos del Tesoro a 10 años (más de un 5% anual) había batido ampliamente la media de los fondos de inversión (algo más de un 1% anual). Los datos evidentemente son los que son, pero creo que el estudio puede crear cierta confusión en la mente de los inversores de a pie. Primero, creo que no se puede comparar todo el universo de fondos contra un mismo benchmark. Comparar la rentabilidad obtenida por todos los fondos en un determinado periodo con la de los bonos del Estado para llegar a la conclusión de que la gestión activa no funciona no es del todo correcto. Se están mezclando dos conceptos. Un gestor puede añadir valor frente a un índice apropiado pero quedar por detrás de un activo de renta fija.
Luego, la elección del periodo puede influir sobre las conclusiones de un estudio de este tipo. Podríamos haber elegido otro periodo de 10 años en el que la rentabilidad de la mayoría de fondos de renta variable hubiera superado a la de los bonos… y, por supuesto, no hubiera sido correcto concluir que la mayoría de fondos ha aportado valor a los partícipes en ese periodo. Da la casualidad de que el periodo elegido ha sido tremendamente negativo para las bolsas en relación con el comportamiento de los bonos, pero eso no significa, por supuesto, que los próximos diez años sigan el mismo comportamiento. De hecho, diría que es muy poco probable que en la próxima década el bono español a largo plazo pueda alcanzar la rentabilidad del periodo 2001-2011.
El estudio da también a entender que un inversor podría obtener rentabilidades superiores a las conseguidas por los fondos si invirtiera el mismo su dinero (es decir, si comprara y vendiera, por ejemplo, directamente acciones individuales). Voy a dejar de lado el argumento de que para acceder a determinados mercados la única opción que tiene el inversor es hacerlo a través de fondos o de ETFs. Centrémonos en las acciones españolas y supongamos que de repente, por arte de magia, los fondos de inversión han desaparecido del mapa. En este caso, el inversor que quisiera exposición a la renta variable debería construirse una cartera de acciones.
Hay desde mi punto de vista dos características fundamentales que distinguen la inversión directa en acciones de la inversión a través de fondos, fiscalidad aparte. Tengo que dejar claro, antes de entrar en este debate, que en Morningstar no preferimos un tipo de inversión sobre la otra. Consideramos que ambos tienen sus propias particularidades y que algunos inversores se sentirán más cómodos con un tipo de inversión que con otro.
Una de las particularidades de los fondos frente a la inversión directa es la diversificación de la cartera. El que invierte directamente en acciones no suele tener el capital necesario para diversificar adecuadamente su patrimonio. Deberá hacer unas apuestas que pueden salir bien, o que pueden salir mal. El que invierta en una cartera reducida de valores, tendrá a lo mejor más posibilidades de batir al índice, pero también tendrá más posibilidades de obtener una rentabilidad muy por debajo de esta referencia. Por lo tanto, donde sí los fondos baten a las acciones individuales es el control del riesgo. Hay muchas más posibilidades de perder mucho invirtiendo en valores individuales que no en un fondo de inversión.
Por otra parte, cuando uno se decide a comprar acciones lo normal, por motivos de coste, es que uno invierta de golpe en un momento determinado, asumiendo el riesgo de elegir el peor momento para hacerlo. Es un riesgo que se puede evitar con los fondos ya que permiten al partícipe invertir pequeñas cantidades periódicamente sin coste adicional.
En conclusión, si bien es cierto que una inversión directa en acciones, eligiéndolas con criterio, puede ser una alternativa más rentable que los fondos, en lo que respecta al control del riesgo estos últimos tienen una clara ventaja, muchas veces olvidada por el inversor. Si no existieran los fondos, habría que inventarlos.