Por supuesto que hay productos de inversión activa y productos de inversión pasiva. Incluso, hay productos (fondos de inversión sobre todo) supuestamente activos que no son en realidad que una falsa copia de productos pasivos (evidentemente para poder justificar una mayor comisión de gestión) y productos (en este caso ETFs) pasivos que se parecen mucho a los activos (los famosos ETFs de smart beta o de beta estratégica).
La frontera entre productos activos y productos pasivos es cada vez más difusa y los gestores la cruzan alegremente de un lado para otro. Para el inversor puede suponer un problema en la medida en que no tiene la capacidad de discernir con claridad qué producto es puramente pasivo y qué producto es realmente activo. En este aspecto los reguladores harían bien en desenmascarar a los fondos llamados “closet indexers”, es decir fondos que se limitan a replicar a un determinado índice pero cobrando como si estuvieran realizando una gestión activa. En algún país, incluso, las autoridades obligan a los fondos a calcular y a publicar lo que se conoce como el “active share”, que es una medida de lo activo que es el fondo en la gestión de su cartera o, para ser más exacto, lo distinta que es la cartera del fondo frente a la cartera del índice.
Evidentemente, es importante que el inversor sepa perfectamente en qué terreno está jugando.Otro problema (y digo “problema” porque creo que no ayuda demasiado al inversor) es la polarización en exceso entre la gestión activa y la gestión activa. Parece que uno no puede ser otra cosa que o bien un inversor activo o bien un inversor pasivo, como si no existiera espacio entre ambas posiciones.
Creo que lo más natural, y hasta cierto punto lo más recomendable, es combinar gestión activa y gestión pasiva. ¿Por qué? Simplemente porque el análisis de los resultados obtenidos en los fondos en su conjunto indican que hay determinadas categorías en las que los productos pasivos obtienen sistemáticamente mejores resultados que la media de la categoría. Pertenecen a categorías en las que es más difícil que en otras batir al índice de referencia (como, por ejemplo, categorías de mercados desarrollados de gran capitalización). Y eso tiene una consecuencia importante a la hora de construir una cartera: si uno no tiene una gran convicción en un determinado gestor para cubrir una determinada para parte de esa cartera (ya sea de renta variable o de renta fija) entonces lo más lógico es elegir un producto de gestión pasiva con bajas comisiones de gestión (no olvide que el factor que más va a influir en la rentabilidad futura de un producto son precisamente sus comisiones). Por el contrario, si uno tiene la fuerte convicción de que un gestor de un determinado tipo de activo lo va hacer mejor que el mercado, o, por lo menos, mejor que la media de su categoría, entonces tiene sentido apostar por ese gestor activo.
Por último hay que entender que aunque haya productos pasivos y productos activos, el inversor nunca podrá ser y nunca será pasivo. Siempre tendrá que tomar decisiones, aunque la decisión es la de no estar invertido. Siempre tendrá que elegir su perfil de riesgo, y dentro de ese perfil de riesgo, siempre tendrá que tomar decisiones de distribución de activos: ¿qué peso le dedico a las acciones?, ¿qué importancia hay que darle a los mercados emergentes?, ¿es buen momento para invertir en high yield? Cada inversor tendrá sus propias respuestas, pero lo que está claro es que el inversor pasivo no existe.